Hace un par de días hemos sido testigos del manotazo propinado por el Santo Padre a una señora de rasgos asiáticos que le esperaba en la plaza de San Pedro, junto con otros cientos de fieles.
No sólo es llamativo el manotazo, sino el semblante del Santo Padre, profundamente contrariado.
Solo para aquellos ojos que no quieran ver y que nunca verán, para el resto es inevitable juzgar la situación.
Lo primero que me inspiró fue una profunda pena por Francisco; su cara, sus gestos agriados, su andar tambaleante.
La mujer, allí en primera fila. Está claro que ha buscado ese sitio con interés, está claro que quiere decirle algo muy concreto. Me recuerda al pasaje del Evangelio, tan bellamente narrado, de la hemorroísa que tira del manto de Jesús para obtener su curación, pero en este caso no recibe una respuesta, ni una curación a sus angustiosos pensamientos. Está vez el vicario de Cristo le propina un buen manotazo.
Recemos por el Santo Padre, para su conversión.