Después de mucho profundizar y leer sobre el personalismo en el blog de Alonso Gracián y en la revista Verbo, cada día me convenzo más de su efecto dañino, de su efecto de oscurecimiento de la tradición, de su intención de ser una nueva religión, mejor y más amable que la única religión . Es un constructo filosófico que se disfraza de paz, de unión, de amistad. Tiene aversión al castigo, a la pena, a diferenciar los malos de los buenos. Lo contamina todo; las conversaciones, los sermones, la actitud ante la vida. Lo peor de todo es que la defienden y la extienden los “buenos” y no dudo de sus buenas intenciones. Quizás eso sea lo peor, que estos “buenos” piensen que está en sus manos construir una nueva Iglesia, despojándola de parte de su tradición y sobre todo que se crean que esa nueva Iglesia será mejor, más humana y más comprensiva con el hombre y sus desafíos. Que Dios los perdone.
Dice Alonso Gracián en su facebook:
La Iglesia tradicionalmente es punitiva. Confiesa, corrige, amonesta, castiga, manda silencio, condena, precisa, dice sí y dice no y pone penas a sus hijos en bien de sus hijos. Tiene disciplina, en bien de sus hijos; tiene leyes, en bien de sus hijos; tiene derechos sociales y deberes sobrenaturales. La Iglesia es Cuerpo del Juez que vendrá.