Y si alguno aún dudase de ser socorrido por María cuando a ella acude, vea
cómo lo reprende Inocencio III: “¿Quién la invocó y no fue por ella escuchado?”
¿Dónde hay uno que haya buscado la ayuda de esta Señora y María no lo haya
escuchado? “¿Quién –exclama ahora Eutiques, oh bienaventurada, acudió en
demanda de tu omnipotente ayuda y se vio jamás abandonado? ¡Nadie, jamás!”
¿Quién, oh Virgen la más santa, ha recurrido a tu materno corazón que puede aliviar
a cualquier miserable y salvar al pecador más perdido y se ha visto de ti
abandonado? De verdad que nadie, nunca jamás. Esto no ha sucedido ni nunca ha
de suceder. “Acepto –decía san Bernardo– que no se hable más de tu misericordia
ni se te alabe por ella, oh Virgen santa, si se encontrara alguno que habiéndote
invocado en sus necesidades se acordara de que no había sido atendido por ti”.
Dice el devoto Blosio: “Antes desaparecerán el cielo y la tierra que deje María de
auxiliar a quien con buena intención suplica su socorro y confía en ella”.
Añade san Anselmo para acrecentar nuestra confianza que cuando
recurrimos a esta divina Madre no sólo debemos estar seguros de su protección,
sino de que, a veces, parecerá que somos más presto oídos y salvados acudiendo a
María e invocando su santo nombre que invocando el nombre de Jesús nuestro
Salvador. Y da esta razón: que a Cristo, como Juez, le corresponde castigar, y a la
Virgen como madre, siempre le corresponde compadecerse. Quiere decir que
encontramos antes la salvación recurriendo a la Madre que al Hijo, no porque sea
María más poderosa que el Hijo para salvarnos, pues bien sabemos que Jesús es
nuestro exclusivo Redentor, quien con sus méritos nos ha obtenido y él únicamente
obtiene la salvación, sino porque recurriendo a Jesús y considerándolo también
como nuestro Juez, a quien corresponde castigar a los ingratos, nos puede faltar
(sin culpa de él) la confianza necesaria para ser oídos; pero acudiendo a María, que
no tiene otra misión más que la de compadecerse como madre de misericordia y de
defendernos como nuestra abogada, pareciera que nuestra confianza fuera más
segura y más grande. “Muchas cosas se piden a Dios y no se obtienen, y muchas se
piden a María y se consiguen porque Dios ha dispuesto honrarla de esta manera”. Y
eso ¿por qué? Y responde Nicéforo que esto sucede no porque María sea más
poderosa que Dios, sino porque Dios ha decretado que así tiene que ser honrada su
Madre.
Qué dulce promesa le hizo el Señor a santa Brígida. Se lee en el libro
primero de sus Revelaciones, capítulo 50, que un día oyó la santa que hablando
Jesús con su Madre le decía: “Madre querida, pídeme lo que quieras que nada te
negaré; y bien sabes que a todos los que me buscan por amor a ti, aunque sean
pecadores, con tal que deseen enmendarse, yo prometo escucharlos”. Lo mismo fue
revelado a santa Gertrudis cuando oyó que nuestro Redentor decía a María que él,
con su omnipotencia, le había concedido tener misericordia con los pecadores que
la invocaban y tenía licencia para usar de esa misericordia como le pareciere.
Que todos los que invoquen a María con total confianza, como a madre de
misericordia, le hablen como san Agustín: “Acuérdate, oh piadosísima Mará, que
jamás se ha oído decir que nadie de los que han implorado tu protección se haya
visto por ti abandonado”. Y por eso perdóname si te digo que no quiero ser este
primer desgraciado que recurriendo a ti se vaya a ver abandonado.