Verdadero aristócrata es el que tiene vida interior . Cualquiera que sea su origen, su rango , o su fortuna.
El creyente sabe cómo se duda, el incrédulo no sabe cómo se cree.
La máxima puerilidad política está en atribuir a determinadas estructuras sociales los vicios inherentes a la condición humana.
Ya no basta que el ciudadano se resigne, el Estado moderno exige cómplices.